martes, 22 de mayo de 2012

Let me introduce myself

Vacío

El joven cruzó la estancia y se arrodilló ante el ídolo. La sala era circular, de un mármol de tal negrura que hacía infinita la línea de la noche. Y fría, sobre todo era fría. Pero él no sentía nada más que un intenso pellizco en el estómago, como si aquella aberración transmutada en figura de piedra hubiera clavado uno de sus repugnantes tentáculos en lo más profundo de su ser y le dominara a su antojo.

Doce columnas de ónice ceñían la plaza. El joven alzó la vista y no reconoció las estrellas que brillaban sobre su cabeza tan cerca y con tal fulgor que le parecía que estuvieran al alcance de su mano. Bajó la cabeza humillado y vio más vacío. Las vetas del suelo marmóreo se le antojaban galaxias que luchaban inútilmente por alejarse las unas de las otras.

El imponente ídolo de piedra reclamó su atención. La figura, vagamente antropomórfica, representaba algún tipo de obscenidad cósmica, una imposibilidad física y metafísica con cabeza de pulpo. Las rodillas le dolían, pero no podía ponerse en pie, no debía. Sabía que si lo hacía corría el riesgo de escapar de allí para siempre. Y no quería. Había sacrificado demasiado para llegar a la sala negra, para escuchar la verdad que ansían los hombres, la sabiduría eterna, el alfa y el omega, el Todo. Sabía que los ojos refulgentes de la inerte estatua tenían la llave y que estaban dispuestos a compartir con él su tesoro maldito, pero ¿a cambio de qué?

De repente, su mente comenzó a hervir. Multitud de ideas se arremolinaron en su cabeza, como si se hubieran abierto de golpe las compuertas de la psique y todas sus experiencias vitales cayeran como torrentes hacia el vacío infinito.

Y luego... Ya no tenía frío, ni le dolían las rodillas, ni tampoco veía. Sólo sentía la ausencia más absoluta. Trató de ponerse en pie y no pudo. Intentó abrir los ojos pero le quemaban. Fue entonces cuando escuchó retumbar aquella voz en su cabeza: "¡NADA!"

Comprendió que se quedaría allí infinitamente. Entonces fue libre y pudo despegar los párpados. Y vio la plaza negra desde el que a partir de entonces sería su trono, su dominante pedestal. Inmóvil y omnipotente, sólo pudo contemplar con sus ojos de fuego a ese joven que se levantaba y se alejaba corriendo de él.





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